A mi abuela Emma, la vida no le dejó mucho espacio para la suavidad. En su compañía aprendí que el amor a veces no se dice, se muestra. Ella no era de las que abraza, ni de las que consiente, pero yo nunca dudé de su cariño.
En las tardes de verano, cuando el calor apretaba, recuerdo pasar el tiempo regando el jardín. De pronto mi abuela bajaba una toronja de su árbol, la partía en dos, espolvoreaba un poco de sal, y me la ofrecía.
Compartíamos en silencio, pero ese gesto sencillo era su forma de decir “te quiero”.
De ahí nace Pompelmus: de una toronja, de un recuerdo entre dulce y salado, y de un cariño que no necesita palabras.
Pompelmus es un tributo a esos momentos: simples, imperfectos, pero llenos de verdad.